martes, 18 de diciembre de 2012

Vale, tienes razón.

Si yo no hubiera sido tan cabezota, si yo hubiera puesto un poco más de mi parte, si 
yo no te lo hubiera puesto tan difícil, esto no habría pasado. 
No éramos la pareja perfecta, posiblemente no pegábamos ni con cola, pero nos quisimos en pocos días mucho más de lo que el resto de la gente se llega a querer en años. Y quizás ese fue el problema. 
El quererte tanto en tan poco tiempo me vino grande. El que te preocuparas por cada pensamiento que pasaba por mi cabeza. El que supieras cuántas de mis sonrisas eran fingidas. El que supieras hacerme feliz como nadie nunca me había hecho. Me asusté, ¿vale? Cada vez que he caído, cada vez que me han engañado, cada vez que me he sentido sola, he aprendido. 
He aprendido que nada es lo que parece, que grandes amigos se convierten en desconocidos, que hay que desconfiar de todo. Y de repente apareces tú. Y haces que me olvide hasta de mi nombre. 

Y vienen a mi cabeza todas las noches que he pasado llorando hasta quedarme dormida. Sentí que tú también me ibas a fallar. 
Que en el momento en el que más te quisiera, cuando más arriba estuviera, caería al suelo y volvería a estar sola. Y te dejé escapar. Te eché de mi vida por la puerta de atrás. Pero no conseguía olvidarte. Y no creas que no lo intenté. 
Hasta que ha llegado el día en el que he tenido que admitir que no voy a hacerlo, que es imposible sacar de la cabeza lo que no ha salido del corazón. Y tú estás en el mío, en un pequeño hueco del que nadie te ha conseguido sacar. 
Así que aquí me tienes. Delante de ti. Tragándome mi orgullo y las palabras que dije antes de decirnos adiós. Porque te quiero. Porque creo que siempre he sabido que te quería. 

Y porque te prometo que por muy asustada que esté, no voy a volver a irme.



No hay comentarios:

Publicar un comentario